Presentación de la novela El agobio (La caída del
búho)
de Ingrid Odgers Toloza
Ediciones Orlando 2022-2023
Canto de búho
Por Liany Vento García
El ejercicio es el siguiente: escribir esta
presentación acostada. La laptop sobre mi barriga y la cabeza sostenida por
almohadones. Mover solo las manos. El resto del cuerpo inmóvil. A partir de
ahí, crear. Deberá ser de noche, bien tarde en la noche, cuando se haya
acostado el vecino que repara autos. Cuando el cansancio del día pese y los
ojos adopten la apariencia de los de un búho. No cualquiera. Un búho en
extinción. Leí que el búho más grande del mundo (extinto ya) vivió en Cuba
(exquisita coincidencia) y que por su tamaño y peso le costaba moverse. Así
habré de asumirme. Un búho enorme que no puede volar, que no puede cazar, pero
que canta.
Ese es el ejercicio para vencer, de lo contrario nada
saldrá de mí. Nada que tenga que ver con
esta novela. A eso sumarle que una vez leída por primera vez decidí
deliberadamente no leerme ningún libro anterior de la autora, lo que debería
ser ideal para una buena presentación; quería que esta fuera una presentación
incompleta, a medias, una presentación a la que le fuera difícil moverse. ¿Qué
gracia supone la agilidad en este agobio? ¿qué valor le agregaría? ¿a qué
privilegiar aquí el movimiento?
El ejercicio para los lectores será entonces el
siguiente: leer esta novela literalmente de “traste parado”, abrir una herida
(todos tenemos una herida) y leer siete veces al día con la frecuencia de las
curaciones, demorar la lectura cuatro meses, y limpiar el cuarto con spray
espacial. Hágase fotografiar la herida (si es hacia dentro pose de cuerpo
entero) y día por día inspecciónela con la curiosidad del biólogo, abrúmese
cuestionándose por qué le ha sucedido a usted esto. Hable con una amiga o amigo,
con un familiar, que se mude a su casa y lo atienda, no haga nada, vuélvase
dependiente. Ese es el ejercicio para vencer con la lectura de esta novela, o
conjunto de crónicas como dice el personaje, o ficción autobiográfica como proponen
los créditos del libro, de este largo epitafio… ¿o acaso no nos hace pensar en
la muerte? Sin embargo, repito, el búho no vuela, no caza, pero canta.
“Él la desnudaba y ella permanecía mientras tanto casi
inmóvil. Cuando la besó, los labios de ella no respondieron al contacto de los
suyos. Pero entonces sintió de pronto que su sexo estaba húmedo y se asustó.
Sentía su excitación, que era aún mayor porque estaba excitada en contra de su
voluntad. El alma ya estaba en secreto de acuerdo con todo lo que sucedía, pero
también sabía que, para que durase aquella gran excitación, su aquiescencia
debía seguir siendo tácita. Si dijese que sí en voz alta, si quisiese
participar voluntariamente de la escena amorosa, la excitación disminuiría.
Porque lo que excitaba el alma era precisamente que el cuerpo actuara en contra
de su voluntad”.
Este es un fragmento de La insoportable levedad del
ser, novela que Isabel, la protagonista de El Agobio, ha leído y que
le ha dejado inolvidable aprendizaje: “de una u otra forma cada individuo,
hombre o mujer tiene que vivir, nadie está libre de ello”. Pasa que hemos
creído que vivir tiene que ver con moverse. Peor aún, que moverse es contrario
a quietud, que se oponen, se enfrentan. Hemos creído que lo que no se mueve
está muerto. Leo El agobio y detrás de todas las historias veo a Isabel
postrada, detenida, dependiente, trasnochada pensando su vida, recordándola,
paseando por ella, mientras una gangrena la inmoviliza. Pasa
que hemos creído que la quietud es antónima de la acción, nos hemos dejado
confundir. Sin embargo, en El agobio, como en la escena de Kundera, la inmovilidad se ha vuelto
excitación, escritura, finalmente acción. Ello se hace indiscutible en la idea
de privilegiar la muerte como el espacio más fértil: “Ha resultado como de
costumbre la muerte más fuerte que la gangrena, la cirugía y el temor a la
clínica, y no es solo un decir es que así lo experimento, la muerte es más
dolorosa que la pandemia, cuarentena, confinamiento y toque de queda incluido.
Es que nunca más, nunca más yo la veré”. Ha muerto Ximena, la amiga, la amada,
la compañera, y eso es lo peor. Antes fue el toque de queda, antes el estallido
y la enfermedad; todos son espacios que conminan a lo inmóvil. Cuando el
estallido social, los jóvenes lideraron, pero ¿acaso no salir a enfrentar a los
pacos implicaba el inmovilismo? Cuando la pandemia sin pase de movilidad no
existíamos, ¿acaso un código de barras puede determinar mi existencia? Isabel
es una escritora, y “una escritora como yo” escribe, casi puedo escucharla hablándome;
la escucho cuando dice que algunos “ven mera literatura donde hay,
fundamentalmente, angustia vital, desesperado apasionamiento y una invencible
voluntad de combate”; el búho, repito, no vuela, no caza, pero canta. Para qué
habría de moverme si implica adoptar la velocidad de un grupo de wasap que, a
los pocos días de la muerte de Ximena, borra su foto. “Este pedazo de mundo que
era el grupo de WhatsApp me gritaba prácticamente: ¡Vamos, ya se murió y chao!
Olvídate, Isabel, total, la Xime ya no está ¿para qué recordarla? Anda,
muévete, sigamos el rumbo frenético de este inquietante, diverso, indiferente,
materialista e insensible globo terráqueo”.
He aquí una declaración de principios. He aquí que
podemos abrirle a Isabel la puerta, que podemos liberarla de todas las
penurias, habrá de escoger siempre la inmovilidad que hace que Ximena, que, finalmente,
los afectos, permanezcan. ¿Cuál es la imagen del escritor sino la de la fecunda
inmovilidad frente a la hoja en blanco, frente al computador o la máquina de
escribir? ¿Cuál propósito sino conservar los afectos? ¿Qué es un escritor sino
un búho en extinción que no vuela no caza, pero se perpetúa en su canto? Una
escritora como yo, dice Isabel: “estoy aquí, escribo, y no
sé para dónde voy, soy una veleta detenida en el océano inmenso, azul oscuro”.
Me gustaría terminar diciendo que una veleta detenida en el océano no tiene que saber a dónde va, solo tiene que existir en imagen como Cristo, como la palabra, como el signo, como la poesía.
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